¿Y qué estamos haciendo aquí?

Pues no se sabe bien, pero resulta que al escritor Lorenzo García Vega le ha dado por intentar una novela conmigo, una estudiante graduada quien intenta, entre otras cosas, escribir una tesis sobre la vida y la obra de este señor que ahora es mi amigo. Lo que irá apareciendo aquí es, en palabras de Lorenzo: "un zuihitsu en el que fuéramos relatando, a la manera de un diario en email, el relato de nuestra relación (una relación establecida por motivo de una tesis, pero donde, lo que estaría, fuera el invento que haríamos, tú y yo, de nuestro pasado y de nosotros mismos, como dos personajes de generaciones distintas que tratan de encontrarse, inventándose."

Saturday, August 14, 2010

Un niño

Todo el tiempo (¿toda la vida?) se le da vueltas a eso que, a veces, bien puede ser un forro, o un poste en medio de la calle arrojando blanda luz sobre un sueño que si no tuviera un zipper de por medio se dejaría ver. Y hasta querer.

Entonces, la vida aparece como un cúmulo de vueltas encaramada en sendas escaleras, muy largas y que no nos llevan a ninguna parte.

Puede que en los últimos meses haya desarrollado cierto miedo a los sueños. O quizás lo que me asuste sea este extraño compromiso que me he propuesto de narrarlos, de escribirlos, de repasarlos. Pues se comienzan a perfilar unos rostros que en la imagen de la noche son sólo rostros cerrados por un zipper. Y entonces uno encuentra, a veces, sin buscar mucho, uno encuentra estatuas abiertas con colgalejos que no pegan. Y una se pregunta qué coño tiene que ver una estatua abierta (¿y qué quiero decir cuando digo estatua abierta?), con un colgalejo, que en verdad es como una cinta de zipper. Entonces es como si se cerrara el tiempo, mágicamente, por la mera aparición de unas cintas colgando de una estatua abierta.

Puede que la estatua abierta sea el formato de la esperanza. Puede que ésta sea mi idea de un túnel abierto, que se deje visitar aunque sea un poco, por la luz del poste que dejé abandonado en medio de una calle. Por ahí también, por el túnel generoso, se escuchan los ladridos de un perro.

A mi lo devastado no me llega con las ruinas de un hotel, sino con una casita de árbol. No ha pasado tanto tiempo, pero esa casita se ha perdido en el tiempo de un zipper cerrado. Es una casita que se podría encontrar en el fondo de un hoyo negro. Y ahí está el niño, un niño muy bonito, sabiéndose bonito, con su camisa de gente grande, toda abotonada. El cuellito firme, muy bien planchado, y unos zapatitos tan lustrosos que dan risa. ¿En dónde está ese niño? ¿A dónde se han ido los compañeros de juegos de las casitas de árbol? Es que hoy, sin este niño, yo no me encuentro.

Margarita Pintado 

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