La vida imaginando, o mirando, o soñando, o lo que sea, un pozo.
El agua del pozo me ha llegado, cenestésicamente, de mil maneras distintas.
He sabido –o he creído saber- que el agua del pozo es amarilla, y que suena con la música de Scriabin, y que contiene el fragmento del discurso de un médium, y que sabe al melón que me comí en mi infancia.
He dicho, infinidad de veces, que el pozo está unido con un avión, un viejo avión, que pasaba a las doce del día.
¿Ese pozo tenía un brocal tejido por un sueño?
Si estiro más la locura, encuentro que al lado de ese pozo estaba el Juzgado Municipal, abierto a las 12 del día.
En el agua del pozo estaba mi vida entera.
Sentí lo relacionado con una película. Supe, con toda seguridad, que esa película un día la iba a ver.
El Juez, el Juez del Juzgado Municipal, se parecía hasta el absurdo a un personaje que se encontraba en el pozo, y que también se encontraría en la película.
Pero, sobre todo, ¡qué agua la del pozo!. Tenía el color de la sombra.
Y ahora ( pues esto, es un recuerdo inventado ahora, y no en el tiempo atrás en que conocí al pozo), el Padre se transparenta, se vuelve más claro, al probar esa agua del pozo que tiene, junto al sabor de una locomotora que conocí en mi infancia, la cita indescifrable de un texto alquímico.
LGV
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