Pienso en los pestillos echados a correr. Barritas de metal hartas de su click, y de su clack. Y pienso, también, en unas ramitas de árbol moviéndose en ausencia de viento.
La niña se ha puesto sus ojos. Y ahora todo le sale al revés. Y la colchoneta que él visitaba se ha convertido en la pileta a la que yo me he vuelto adicta. Todos saben de mis desvíos, pero nadie dice nada. Lo mudo, también, ha hecho su entrada. Alguien olvidó cerrar la puerta. El olvido siempre supo manipular al hombre. Entonces es lo azul maltratado por tanta hoja caída de los árboles. Verde como en detalle, resbalando en fondo azul, ahogándose casi. El cielo, como la puerta, entreabierto, disparando pájaros y mariposas.
He vuelto al primer capítulo y a la Suite. ¿Habrá algo más raro que regresar a la voz, a la nuestra voz de antaño, como envuelta en lo sephia? Todo como en estuche cerrado, todo como echando los pestillos en fondo verde de campo viejo. Casitas envenenadas de sueño. Bailan, ellas, como las faldas de las muchachas en fiesta de pueblo. Pero las faldas también han echado sus pestillos. Diluvio estremecido de raíces sombrías rodando en fango antiguo, allá, en el 1936.
Creo, de súbito en la verdad del collage como la única verdad posible. Y como el único principio del Laberinto. Creo que debe ser lindo hallarse, extraño e incompleto, en la superficie de una línea azul sobre fondo crema, molestando palabras.
Margarita Pintado
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