Como fondo, el patio lleno de matojos (¿lleno de matojos, o esos matojos los estoy inventando, ahora?) de la casa de Felicita, la maestra que murió de cáncer. Me alimentan los sabores -¿recordados o inventados?- de aquel lugar.
Y, delante de este fondo, un amasijo de imágenes borrosas donde, si pudiera precisarlas, sé que me encontraría como con la historia del infortunio (es la palabra que se me ocurre) de la vida familiar en un pueblo de campo. Había una prima, la mayor en edad de todas las primas: nació huérfana...
-Y hoy, a las 8 de la mañana, vuelve mi madre. la escena con la agonía, la espera de su muerte.
Vuelvo a pensar en el kaleidoscopio. ¿Es que somos un kaleidoscopio de recurdos e imágenes? Vuelvo a preguntar: ¿dónde está uno mismo, si es que existe un uno mismo?
-"Nos volveremos a encontrar", me dijo Héctor Libertella, la última vez que lo vi. Ahora, muerto Libertella, y sin posibilidad de regresar a Buenos Aires, entro en la ciudad, por una ruta donde lo primero que aparece es el mundo de las Ideas de Platón, y esto por la noche, y esto sobre aquel café preferido de Héctor (ahora, en este momento, se me ha olvidado el nombre del café).
LGV
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