Sonreír debajo del agua presenta algunas dificultades. Sobretodo, si el agua está fría. Y el agua de los lagos siempre está fría.
Entonces, me fui a un lago. Pagué 10 dólares, y me dieron un tubo flotador para que me fuera río abajo. A veces hay que huir. A veces hay que salir a comprar muchas cervezas y meterse en un lago. A ver qué pasa.
Había visto los tubos amarillos desde lejos, cuando venía en el carro. Una imagen bonita. Una torre de tubos amarillos, montados unos sobre otros, inflados, de cara al sol.
Me subí al tubo (estaba caliente), y me quedé en el centro del lago un rato. No había mucha corriente así que nos tomamos nuestro tiempo, el tubo y yo. El agua ha enfriado el tubo. Todo quieto. Me salgo un poco del cuerpo y me veo, sentada en un tubo amarillo, en medio de un lago, rodeada de árboles que no se mueven. Una escena muy cursi. Un momento de esos en los que una se siente profundamente incomprendida, en medio de un lago, sentadita en un tubo amarillo. ¿Pensando? Árboles llorones, puentes rotos a mitad del camino, el cielo demasiado azul, garzas blancas como nubes. Todo impronunciable. Hay que ponerse bucólica. Hay que hundir las manos en el agua, hay que jugar a ser pastorcita de paisajes azules, hay que derretirse un poco, fundirse con lo amarillo del tubo.
Me pregunto por las partículas de luz que se quedaron metidas en un sombrero.
¿En dónde está lo que no se ve?
¿Tiene que ver esto con mi tesis? ¿Tesis amarilla como tubo inflado al sol? ¿Versión académica de una colchoneta en solar yermo? Puede ser. Es posible que eso sea lo que me esté pasando. Hay quienes creen en las afinidades telapáticas, aunque no se sepa bien qué carajos sea eso.
Margarita Pintado
Tuesday, July 6, 2010
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