¿Y qué estamos haciendo aquí?

Pues no se sabe bien, pero resulta que al escritor Lorenzo García Vega le ha dado por intentar una novela conmigo, una estudiante graduada quien intenta, entre otras cosas, escribir una tesis sobre la vida y la obra de este señor que ahora es mi amigo. Lo que irá apareciendo aquí es, en palabras de Lorenzo: "un zuihitsu en el que fuéramos relatando, a la manera de un diario en email, el relato de nuestra relación (una relación establecida por motivo de una tesis, pero donde, lo que estaría, fuera el invento que haríamos, tú y yo, de nuestro pasado y de nosotros mismos, como dos personajes de generaciones distintas que tratan de encontrarse, inventándose."

Wednesday, July 21, 2010

Escaleras

Ayer estuve hablando con un loco. Hay muchos locos por aquí. Me dijeron que era porque había un hospital de veteranos cerca. Locos de guerra. Pero hablamos, el loco y yo, de unos pajaritos con hambre. Un nido y unas boquitas enormes, pidiendo gusanitos. El loco sabía mucho de pájaros, le gustaba leer sobre pájaros, me decía. También, el loco, tenía un tatuaje de un águila en el brazo. A punto de volar. Esto de hablar con locos se me da bien. Hay una señora, también, que siempre que me ve, me da lata. Me pide que me siente, y me empieza a mirar fijamente, sin ningún desparpajo, como miran los amantes, o los locos. Sobretodo en este país en donde nadie mira a nadie. En donde todos tienen ese miedo de ser vistos mientras te ven. La señora dice que se le meten en la casa, que la están buscando, que la persiguen con cuchillos, que ella los vio, en el espejo del baño. Hombres malos de dientes afilados. Ha sido una semana de locos. Ana llegó tarde el otro día en taxi. Me contó que el taxista le preguntó si ella había visto algún ovni, o algún extraterrestre. Ana le dijo que no. El señor le dijo que él creía que su esposa había sido “abducted” , es decir, secuestrada por un alien. Ana tuvo miedo.

Llevo tres noches corridas soñando con escaleras. El primer sueño fue un sueño de siesta. Hacía tiempo no tomaba una siesta. He perdido esa habilidad. Entonces, un sueño de siesta, para acabar de desorientarme. Me desperté como con un hueco gigante en el pecho, como si me quitaran una parte. Entonces, me volví más pesada. Dentro del sueño me caía de sueño y tenía que bajar unas escaleras muy largas, y como en espiral, Unas escaleras, además, blanquísimas, rodeadas de ventanas por donde entraba la luz, luz blanca, luz de esa que sabes que puedes romper con la punta de tus dedos. Pero lo complicado vino después. Resulta que no sólo tenía que bajar las escaleras muerta de sueño como estaba, sino que también tenía que bajarlas cergando dos abanicos blancos, de piso, encendidos. ¿Lo puedes ver? Buena imagen, me parece. Yo, cayéndome de sueño, perdiendo el balance por unas escaleras, con dos abanicos encendidos. Entonces, viene la parte cómica. Decidí, en el sueño, que lo mejor sería ir tomando siestas de cada dos o tres escalones. Y así lo hice hasta que me desperté. Se lo conté a Eric y me dijo que tenía que ver con mi tesis. O sea, que tiene que ver con Lorenzo.

Escaleras, escaleras, escaleras. ¡Una tesis se quema! Muchacha apaga fuegos con abanicos.
Los otros dos sueños son un poco más perversos, y no me siento en la disposición de contarlos ahora. Me he cansado bastante con este relato. Creo que me voy a tomar una siesta, abanico en mano, en este escaloncito en el que me he detenido.

Margarita Pintado

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