Quise desinflarme por sus ojos como el poeta se desliza por las faldas de una carta.
En dos horas, más o menos, entregaré el primer borrador de mi segundo capítulo. ¿Qué dirá el advisor? Allí se habló de los Rostros del reverso y de Los años de Orígenes. Y de compromisos, vocaciones, niñas presas en puntos suspensivos, nietas redivivas, viejos subiendo escaleras para buscar libros. “¿Me sentí bien después de haberlo escrito? No me sentí ni bien ni mal. Me sentí como turulato.” Cito mal y de memoria, algo que dijo Lorenzo en una entrevista. Turulata.
Hoy, al medio día, llegué a Puerto Rico. Todavía aplaudimos cuando aterriza el avión. Yo no aplaudí. No era vergüenza, es que he estado cansada estos últimos días. Me tuve que mudar otra vez, y tengo “problemas de dineros”, como diría mi abuelo, pluralizando el asunto. No me gané ninguna beca para el año que viene, y ya se me acabaron mis fondos estudiantiles. ¡La vergüenza de ser estudianate del 6to año, sin becas (esos dignísimos y solemnísimos logros académicos que se ven tan bien en la hoja de vida), ni premios, ni dineritos! Ahora, a los estudiantes nuevos los obligan a tomar cursos especializados para aprender a ganar dineritos. Ya no hay que tomar clases de literatura, ni de filosofía, ni de nada de nada. Basta con tomar la clase en donde te enseñan a “diseñar un proyecto” que convenza a un comité compuesto por serios académicos. ¿Qué los convenza de qué? ¡¡De que te den dinerito!! Es una maravilla lo imbécil que puede ser la academia. Una maravilla, verdaderamente.
No es que esté enojada, es sólo que últimamente siento que pierdo, siento que todo está a punto de resbalárseme de las manos. Cuando era niña me decían, ellos, los adultos que siempre han sido adultos, que tenía manos de mantequilla. Pues bien, mírenme ahora, ustedes que siguen siendo tan adultos, miren cómo dejo que se me sigan cayendo las cosas.
Y mi advisor me dice que le gusta mucho mi actitud ante la derrota. Me reí con ganas. Parece que él piensa que pierdo a propósito. El otro día, también, otro profesor me dijo que yo tenía mucha suerte. Me lo dijo justo cuando terminé de contarle mis penurias. Lo miré con un poco de rabia. Ahora sé que tiene razón, pero eso no lo puedo explicar en este momento. Eso se explicará más adelante, cuando se hable de unos búhos.
Entonces, decido no preocuparme por los “dineros”, y me dedico a escribir una tesis a la que he titulado Derroteros y derrotas. Buena cosa esa. A quién le importa no tener dinero cuando hemos encontrado un anti-padre literario. ¡Por fin, un anti-padre que de paso sea un escritor no-escritor!
Entonces, quise poner punto final. Y lo puse. Y quise, luego, desinflarme por sus ojos mientras lo veía caer cayendo como caen los que nunca se acaban de caer, por el rodapié de una carta.
Y esto, verdaderamente, me apasiona. Y esto es otra de las imágenes que sabe cortar el tiempo. Como la de los búhos, de la cual ya hablé en mi blog, pero que podría repetir. Porque a mi también, como buena hija (¿o anti-hija?) literaria, me gusta la repetición, y por eso he resuelto que en la próxima entrada voy a hablar de unos búhos.
Margarita Pintado
Friday, July 30, 2010
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Con lo de los búhos me ha venido a la cabeza el famoso palíndromo "¿Acaso hubo búhos acá?"
ReplyDeleteLo tuyo y mío era cuestión de tiempo.... y el tiempo nos puso en el mismo sitio para que me gritaras Flora y yo te diera el abrazo ese que te escribo al final de las cartas.
Faltan más de esos porque me hace falta ponernos al día.
Más abrazos llenos de búhos imaginarios