¿Y qué estamos haciendo aquí?

Pues no se sabe bien, pero resulta que al escritor Lorenzo García Vega le ha dado por intentar una novela conmigo, una estudiante graduada quien intenta, entre otras cosas, escribir una tesis sobre la vida y la obra de este señor que ahora es mi amigo. Lo que irá apareciendo aquí es, en palabras de Lorenzo: "un zuihitsu en el que fuéramos relatando, a la manera de un diario en email, el relato de nuestra relación (una relación establecida por motivo de una tesis, pero donde, lo que estaría, fuera el invento que haríamos, tú y yo, de nuestro pasado y de nosotros mismos, como dos personajes de generaciones distintas que tratan de encontrarse, inventándose."

Sunday, May 30, 2010

Títeres.

“Al fin, la ausencia también tiene ojos.” (Cetrería del títere)

¿Qué cosa podría vencer al suave estar de una sombra? ¿Qué, a las marcas de tantos vasos en esta mesa de hoy, en la que escribo? Esta casa no es mía, pero la historia de esos círculos, yo creo, puede culminar en la punta de mis dedos. Círculos, huellas de unos vasos en las que se encuentra implicada la historia de aquella mesa en la que mi mamá me sentaba para que dibujara soles. Y montañas, y a veces, en los días de inspiración de niña de ocho años, hasta pájaros quemándose las alas.

Ya no tengo ocho años, pero ayer tuve que buscar la palabra cetrería. Sí, claro, con un poco de vergüenza. Y tuve que saber que cetrería es el arte de cazar con aves rapaces. Y quise empezar diciendo que lo real no sabe cómo mirarle los ojos a un fantasma. Y cuando digo "lo real" es como si quisiera decir “la casa”, o “el gato estirándose sobre mis papeles" en este día, 30 de mayo, en Atlanta. Pensando en lo real con el blanco del edificio que se mete por la ventana. Demasiadas ventanas hoy, en esta casa. Y yo he decidio comenzar a escribir de esta Cetrería con la palabra comenzar. Y ahora se hará un breve paréntesis con ciertas citas de una Cetrería que comienza, otra vez, después de cincuenta años, después de ser casi suprimida, convertida en una paradoja de cenizas: (“Era espléndida esta búsqueda del comienzo, de todos los comienzos” (Siesta de hotel). “Volvía al hilo de sus bolsillos, de su rumia. Por ahí podía quedar algún comienzo… Comenzaba por todos los principios” (Pequeño Sucedido). “Ese poco rincón de su calle San Nicolás, donde siempre le quedaron flojos los comienzos” (Escasa Fábula). “Advierto, que no puedo dejar caer ningún comienzo” (El Álbum).

Es que en el principio, fue el comienzo. Como una ansiosa voluntad desintegradora. Como un buscarle el ombligo a cada paisaje, vigiliado o soñado. Como eso único que podría traer de vuelta un “pequeño punto con un ramito de sombra” en un rincón, un rincón cualquiera, aquí o allá, abierto como una gaveta mal cerrada, entre una cama y una ventana.

He tratado varios comienzos para hablar de esta Cetrería de títere, que es como la suma de muchos negativos que explotan, finalmente, en el positivo de una foto. Objetos soñados rompiendo una vigilia. Sueño soñado en vigilia de las cosas. ¿Cosas vigiladas desde el sueño? ¿Vigilias soñadas por una silla, por una maderita abriendo un libro, por una pobre muñeca olvidada? Algunas cosas no se saben bien. No se saben nunca, y más nunca se sabrán. Pero algunas cosas se fijan, sí, como las manchas en una pared en la que yo no recosté, ni mi espalda ni mi mirada, pero una mancha en una pared como la mancha que dejó la humedad de unos vasos en la mesa de una casa en la que yo dibujé soles y montañas. Cazar historias. ¿Vivir fantasma? ¿Marioneta con halcón? ¿Qué cosas puede cazar un títere?

Entonces, sólo, poder remitir las cosas que me persiguen, las cosas que sé, me perseguirán a mi, a Margarita, luego de leer esta Cetrería:

1. Un personaje abandonando una ventana. Un personaje que puede ser mi tío Alberto, o mi tío Andy, martillando algún pedazo de madera frente a esa casa que fue mía.
2. El rostro de Ana convertido en un terrible mapa de puntos rojos. El rostro de mi hermana, acribillado por la varicela. Yo las conté. Tenía diez años, ella tenía once. Eran, fueron 64 puntos rojos en su cara.
3. El reflejo del bigote de mi padre frente a un vidrio. Detrás del vidrio, hay dulces. Yo, muy pequeña, adivinando qué dulces pedirá.
4. Un libro de la bella durmiente. Un libro con hilos. Halar un hilo, ver el rostro de la bella, halar otro hilo, ver el lecho de rosas en el que caía su melena rubia. Un libro y un príncipe que aparecía al contacto de otro hilo.
5. Un sueño de flamboyán. Un sueño como fuego. Yo, trepándome en la rama más alta de ese árbol que iba dejando flores muertas alrededor de la casa. Es un sueño en el que no pasa nada. Sólo una niña encaramada en la punta de un árbol.


Margarita Pintado

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