Escribo una tesis que se llama “Derroteros y derrotas. Lorenzo García Vega y… todavía no se sabe cómo termine ese título. Habrá que esperar un poco a ver qué rumbo toma la tesis. Ayer, con aquellos poemas escritos en el 1948. Ayer, yo, metida en esa Suite para la espera, cerbatana en mano, dentro de una noche incesante y como taladrada, nadando en playas recortadas. A veces tengo que llamar a mi amigo Omar para que me explique algunas cosas. Yo no sé lo que son cocuyos, ni bujías ni cucuruchos. Omar me va diciendo, y me cuenta historias de cómo la gente hacía lámparas de cocuyos. Nosotros les decimos cucubanos, creo. La gente los ponía dentro de ¿dónde?, dentro de un ¿coco? al que se le hacían agujeros. En el coco hay azúcar para que los cocuyos coman y sigan alumbrando la noche con su verde neón. Esto me parece fantástico. Le leí un poema y a Omar se le iluminó la cara como si fuera un cocuyo.
Por la tarde salí de la casa. Los ojos me dolían. Demasiado tiempo sentada con la luz de la pantalla rayándome los ojos. Afuera el sol, el solazo de Atlanta. Se acaba mayo. Jugué con el gato del vecino, saludé a una chica que venía paseando un perro grande y a un señor mayor, polaco creo, que siempre me sonríe, pero que nunca me habla. Debe ser que no habla inglés.
Lo vi a él, y me acordé de ti. Y recordé la palabra ectoplasma."Margarita, yo vivo como un fantasma”, eso dijiste. ¿Te acuerdas? Y yo no es que me sienta como fantasma, pero sí como un personaje de alguna novela del amigo Macedonio, intentando sentarme en las faldas de un taller improvisado en un lugar que sospecho imaginario, con autores ectoplasmáticos que mueven las líneas de la vida para ver si así liberan un color que no sea tan insignificante (aunque yo no sé muy bien lo que signifique eso), y pueda convertirlos en novela.
Ayer hablaba de novelas y de fantasmagorías con mi amigo Luis, quien dijo lo siguiente: “Es la primera vez que lamento que Macedonio haya muerto,” y me lo decía como si se acabara de enterar de la muerte del escritor, objeto de su tesis. Le cayó, de pronto, una infinita soledad.
Hablando con él corroboro la locura de este invento, o invención. ¿Escribir un mano a mano con el escritor a quien dedico mi tesis de grado?
Cae la noche en Atlanta. Todo quieto, en media hora pasa el tren. Con eso me duermo. El tren pasa cerca y sacude un poco las paredes de la casa.
Me recuesto, pongo la cabeza en la almohada y pienso en lo bonito que sería poder seguir en círculos creciendo.
Margarita Pintado
Tuesday, May 25, 2010
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment