Ayer no toqué la tesis. No nos tocamos, la tesis y yo. En cambio estuve preparando las clases de español (Spanish for Reading) para mis estudiantitos. Tengo que enseñar durante el verano. No me gusta. Tener que pensar en las palabras así. Tener que disponer del lenguaje así. Yo no sé mucho de gramática. Esas palabras escritas en la pizarra no dicen nada. Palabras azules sobre un fondo blanco. Ellos leen, ellos repiten, ellos adivinan, ellos se equivocan. Ellos, tan sentados, tan detrás de sus escritorios, mirando lelos los trazos de mi mano.
Pero no quiero hablar de eso ahora. Es que acabo de regresar de enseñar mi spanish for reading, y ahora tengo como que lavarme las manos. Sacarme lo azul.
Voy a intentar meter lo que va de este día dentro de una cajita. Si me sale, puede que Lorenzo quiera seguir jugando. Si no, tendré que jugar ping pong sola. Contra la pared. Y eso sí que sería como un juego de bobos.
Empiezo.
Por la mañana, (y debo insistir en que no hay misterio en eso) ¡OH No! Plagio. Estoy plagiando a Lorenzo, que dijo algo así en un Haiku mañanero. Pero no puede ser.
Empiezo. Segundo intento.
La mañana no es nada. Ni la luz esa que al rebotar en la sábana adquiere ese color que uno no sabe bien cómo describir. Digamos que es un color insignificante. El color de un pliegue, un color, el único color que sabe estar entre las sábanas. Puede ser blanco, o azulado, o podría ser también verde porque la luz que llega hasta mis sábanas ha tenido que atravesar muchos árboles, y romper miles de hojitas.
“Todo el sueño que pudiera desprenderse de unas manos verdes”, dijo Lorenzo, y eso me ha gustado mucho.
Repito que en la mañana no hay nada. Sólo el olor del café, sólo el montón de zapatos tirados por todo el cuarto, sólo las cajas que he estado moviendo interminablemente. Subiendo escaleras, bajando escaleras con las cajas estas. Llevo dos semanas tratando de mudarme. Dos semanas diciendo “Me voy”, sin irme. Zapatos y medias, y libros, y maletas abiertas, y un cepillo de dientes que siempre veo por ahí pero que nunca aparece cuando me lo tengo que llevar a la boca. ¿Llevar a la boca? Pero qué manera tan extraña de decir eso que tan bien se hubiera podido decir de otra manera. Ahí se revela algo: no me gusta cepillarme los dientes. Detesto el sabor de la menta.
Entonces, resumiendo, en la mañana es el café y el absurdo sabor de la menta. En la mañana también, mis pasos muy rápidos atravesando el campus para llegar a ese salón en donde enseño la clase de la que no voy a hablar.
¿Cuándo se acaba la mañana?
Esto no es una cajita. Habría que detenerse más. Habría que respirar más despacio, teclear con menos ganas. Pero a veces eso no se puede.
Tengo 29 años. Creo que parezco de 25. Me siento como de 33. Y esto no tiene nada que ver con nada, pero hoy, ahora, tengo que decirlo. A veces me duele la edad. Y él tiene agua en los pulmones. Y a mi papá le sacaron el hígado. ¿Se lo sacaron al final? Yo ya no sé. A veces me duelen los ojos. A veces, creo, debería ir al oculista.
Ya está. Esto es un poco un desastre. No supe hacer la cajita.
Margarita Pintado
Wednesday, May 26, 2010
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dice Lorenzo: "Pero hoy no estoy en caja"
ReplyDeletedice Margarita: "No super hacer la cajita"
dice el Lector: "¿A dónde se mudan los autores que tantas cajas necesitan?"