Excrecencias negras y, también, blancas, pequeñas, manchas. Me crecen por los dedos.
En mi infancia, en Jagüey Grande, había un maestro –vestido de negro- que se llamaba Quiterio Fuentes.
Pero, vuelvo a la casa de mi abuela. Sigue la noche.
Sigue la noche, pero ahora juego: me disfrazo de fantasma y, con una sábana cubriéndome, salgo hasta la acera. Llega la policía.
A la policía le digo que yo soy abogado (en realidad, yo estudié la carrera de Derecho).
También llega una muchacha. Es Judit, mi hija.
Me digo que, sobre todo, exprimir el vacío, pero no sé si tendré fuerzas para alcanzar esa meta.
Vacaciones. Un lugar de recreo. ¿Un lugar de recreo? Puede que sea así, aunque yo no me siento en un lugar de recreo (¿no debería intentar historias rocambolescas?).
Pues se trata del lugar de las ruinas. ¿Lugar de recreo, y lugar de las ruinas, al mismo tiempo?
Es que siento mucha ansiedad: tengo que regresar: el regreso se me dificulta.
Observo: todo destruyéndose, en el lugar de las ruinas.
Observo: las lámparas del lugar, sobre el destartalo de la gente.
Pero al regresar, si no es que he regresado ya, mi madre estará allí, si no es que ya está ahí: ella, llena de reproches.
¿Quién soy yo?
Surgiendo de una vela encendida, un tocador de arpa. La vela está encendida frente a un espejo negro. Irrumpe un mediocre, idiota, compañero de colegio: el primero que conocí en el odioso lugar de los jesuitas donde estuve. Él, ahora, parece como que administra un cargamento de libros. No quiere entregarlos.
¿Y si imaginara que estoy entrando en un pic-nic?
Repito: ¿podré exprimir el vacío?
Lorenzo García Vega
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