NO HAY POR QUE ENTENDER NADA
Al llegar, 5 de la tarde, a la boca del despertar, toco una rueda, una gran rueda amarilla. Hasta aquí Robin Hood, en el film sobre el medioevo, con el imperio donde los secretos de cartón, tan semejantes a las lagartijas.
A través de unos espejuelos blancos, pertenecientes a otros tiempos resplandeciendo reinas o, tal como tacones de aventureros, tal como tesoros bajo una laguna.
Bajo un escalofriante, ¡Hollywood!, miedo negro. Miedo negro con letras amarillas.
Estoy sabiendo esto, pues me estoy despertando. Saliendo de la boca grande, algo así como un invento donde mi cuerpo no se liberara del peso, escalofriante, de los muertos.
Pero ¡nunca dibujaré nada de eso! ¡Nunca sabré dónde he estado!
La cajita se convirtió en un reino, y yo pude sentir que estaba dentro de ese reino. Es que estaba en Hollywood, en Disney Landia: sótanos con músicas azules, aunque no he oído nada. La historia de la cajita es la que yo pudiera recomponer, si mis huesos se volvieran con una secreta muerte negra. Lo amarillo, la rueda amarilla, donde la historia que siempre me ha pertenecido, abrió todos sus colmillos.
Pues, en cuanto a colmillos, Robinson Crusoe, también, ha traído todos sus pecios. Colmillos, con joyas, en la noche de los cinematógrafos del pasado.
Hay un retrato de Groucho Marx.
Cuando mi cuerpo se resiente de haber sido masticado por los dientes del gran colmillo, entonces la estereotipada gran dama está siendo manipulada por el estereotipado tapiz donde está el unicornio. Esto, por supuesto, aunque artificial, se parece a un miedo. A un miedo que –inventémoslo así - , una vez, se enteró en una orilla de caracoles cónicos.
Esto quiere decir que hay que hay vidrieras que no oigo y que, tampoco, quiero oir.
Estoy saliendo del sueño 5 de la tarde.
Lorenzo García Vega
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