Pero ¿qué fue lo que pasó cuando, durante varios años, estuve mirando a la pared blanca de la sala? No hablemos del sentido de eso; ya se sabe que, eso, no puede tener ningún sentido.
Años atrás hubo una casita, en el patio de la casa del Central Australia. Mi tío Alejandro Cairó, el jefe de las máquinas del Ingenio, fue quien la construyó, con el propósito de que fuera como un taller donde experimentar. Pero, aunque construyó la casita, y la llenó con mesas para dibujar, cartabones, compases, instrumentos, etc., la casita quedó, después de ser construída, como la ruina de un proyecto. Nunca más entró, mi tío Alejandro, en ella.
(Hoy, como siempre, es un día aburrido. Pero, ni siquiera me doy cuenta de que es un día aburrido).
Pero ¿qué era lo que veía cuando me pasé, años y años, mirando la pared de la sala? Y ¿sólo miraba la pared? No, también soñaba con un elefante, dibujado por mi tío Alejandro, en una cartulina que estaba sobre la mesa para dibujar de la casita.
Durante todo aquel tiempo, pensé si yo podría parecerme a ese elefante que había dibujado mi tío Alejandro.
-…elefante- me repetía ese final de frase, mientras contemplaba, obsesivamente, a la pared.
- Me fumo un cigarro envuelto en papel amarillo, todas las mañanas- decía mi tío Alejandro y, esto siempre, estas palabras, se me parecían a una cobra (¿a una cobra?, ¿qué quiero decir con esto?). O, también, esto dicho sobre el cigarro envuelto en papel amarillo, se me enredó con una cifra, con un enigma: o sea, con algo que, si pudiera desentrañarlo, entregaría la clave de todo: de mi vida, de la casita abandonada hasta convertirse en ruina, y hasta del elefante pintado en la cartulina.
- Pero, este cuento, si bien se mira, tampoco es para que lo entienda nadie. Sí: no hay nada, me temo, que se pueda entender en este cuento.
Lorenzo García Vega
Friday, January 7, 2011
UN CUENTO RARO
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