Un furor apenas perceptible, pero sin duda un furor (la hora se pondría seria).
Aunque inútilmente, quería ser lo que no ocurriría.
Una saga olvidada, inmediatamente después de haberla recordado.
El amarillo fue la coartada de la antorcha. No sabía como podría ser, pero el amarillo fue así.
Esa honda que aun no sé si la oí, apenas podía ser pescada por un punto.
Lejana imaginación de un pescador que jamás ha existido.
Las bandurrias entonces: eran ya para viejas estatuas, cubiertas de hojas secas. Un contagio, para el cual no tendría ningún sentido usar un bisturí.
Y yo no me ví, porque no habría ningún viento desde el que me pudiera ver.
Suerte de páramo, por tanto, parecido a una hoja –flecha fría- , o a una, sola, mata. Los personajes de la vieja película, ya ni sueñan que yo pude tener un cuerpo.
Así que muda, esta Estación que estoy inventando. Todo un reguero. Todo un reguero que no serviría para donde empezar. O, lo que es lo mismo, inútil río.
(No habrá, en esta noche, ninguna fábula silente.
(Para Sean y Margarita)
Lorenzo García Vega
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