Una bola abstracta en el atardecer. la bola resultó ser el residuo de un sueño.
En el sueño aparece Murga, cacerío del que supe en mi infancia -el tren llegaba hasta allí-, pero que nunca llegué a ver.
Ahora Murga en el sueño, sin tener nada que ver con una ciudad, impone la visión de una ciudad.
Una ciudad desdruíd, en silencio.
Murga, el cacerío que nunca vi, aparece repetidamente en mi novela sobre la devastación en el Hotel San Luis.
Las manchas sobre una tela sucia en el patio. Esto se relaciona con aquellos paseos donde yo iba hasta un colchón tirado en un solar yermo. Pero ahora, absurdamente vinculado, aparece un proyecto absurdo de reconstruir a esa Murga que nunca conocí. (De Murga, en un email, le he hablado a la poeta Damaris Calderón, y parece que ella me ha entendido).
Sería la novela de quien intentara inventar a Murga, pero sin lograrlo. O sea, de nuevo, sería la novela de un fracaso, donde los seres de la negación del mundo (Bartlebys. Aquel oficinista del vacío, procedente de un relato de Melville. Y por la mañana despierto en una playa inhóspita. Es una traducción de la situación en que me encuentro. Por lo que, al final, me asalta un ladrón. Esto es horrible).
Lorenzo García Vega
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