Macedonio decía del escritor que no alcanzaría a leer lo que iba escribiendo. Hoy tuve una experiencia de eso. Me sucedió que iba tan rápido que no podía leer lo que iba escribiendo. Pues fue que empecé escribiendo sobre un gato que estaba bajo la música del harpa. Pero sucedió que la cosa se me puso tan rápida que, de inmediato, todo se convirtió en otra lucha de gatos, situados en un patio feo y, donde, prescindiendo de la noche (estaba el avión de las 10 que siempre oigo), estaba cayendo, sobre un pequeño agujero de abismo sin fin, la búsqueda de un mar que siempre estaba lejos. Pero eso no sólo fue así, sino que lo rápido –escribiendo y escribiendo, yo- se me hizo más y más difícil de leer. No sabía si debía agarrarme la mano, pero si me agarraba la mano, entonces, por supuesto, dejaría de escribr. Por lo que así, entonces, arrebatado por lo rápido, me metí en un párrafo en el que ya no podía leer nada. ¡No podía leer lo que estaba escribiendo! Y esto a pesar de que, entre un trigo y un amarillo de hombre invisible, mi mano seguía escribiendo con un ritmo de cómic que, si no fuera porque no podía entender lo que estaba escribiendo, sería así como una vieja azotea –pedazos de insecto- que conocí en 1936.
Lorenzo García Vega
Me encanto.
ReplyDelete