Sí, verdaderamente, un escritor que no tiene nada que decir.
(¿Qué es lo que se dice cuando no hay nada que decir?).
Oye el ruido del refrigerador. Se acuerda de lo que sucedió una vez, cuando lo impresionaron unas botellas blancas (¿eran botellas cubiertas por una lechada?).
Al ser las 4 de la tarde imaginó, sin saber por qué, la manera en que se dibujarían dos telarañas portátiles.
¿Telarañas portátiles? ¿Qué significa eso?
Le vino a la mente un vaso a mil años luz. Pero ¿ se quiere ocurrencia más idiota?
Después, al llegar las 5 de la tarde, recordó a un mal poeta modernista, notario en un pueblo de campo, quien escribió unos versos donde a un río se le llamaba hermanita.
Le vino, entonces, la noche, y fue tan absurda la cosa que, en un casi desapercibido rincón de su atención, se le aparareció un avión piloteado por un cura. Pero ¿esto no es el colmo?
No, eso no era el colmo, también llegó una lucha de perros, mezclada hasta tal punto con el ruido del refrigerador, que llegó a parecerse al silencio. ¿Cómo se le pudo ocurrir eso?
Es que nunca se podrá saber lo que le ocurrió en un día como el de hoy, feo y estúpido.
Quizás pudo haber un pez, deslizándose por el patio.
O quizás un aire “científico”, pero de cuarta clase, pudo estar ornando la cabeza de una estatua.
(Al fin –pero esto me sucedió a mí, no al escritor de quien estoy hablando-, pareció como que sabio podía decir: “La estatua de Mata Hari, la espía, tenía el mismo aire distinguido que aquellos dos grandes aviadores de mi infancia, Barberán y Collar”.
Pero, la última razón que pueda explicar todo esto que estoy diciendo, se formula así: el hecho de que nadie se amarró al mástil, sólo fue debido a que nadie creyó en la existencia de las sirenas. Tan sencillo como esto.
L.G.V.
Friday, September 10, 2010
EMOCIONES BOBAS
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