¿Y qué estamos haciendo aquí?

Pues no se sabe bien, pero resulta que al escritor Lorenzo García Vega le ha dado por intentar una novela conmigo, una estudiante graduada quien intenta, entre otras cosas, escribir una tesis sobre la vida y la obra de este señor que ahora es mi amigo. Lo que irá apareciendo aquí es, en palabras de Lorenzo: "un zuihitsu en el que fuéramos relatando, a la manera de un diario en email, el relato de nuestra relación (una relación establecida por motivo de una tesis, pero donde, lo que estaría, fuera el invento que haríamos, tú y yo, de nuestro pasado y de nosotros mismos, como dos personajes de generaciones distintas que tratan de encontrarse, inventándose."

Friday, September 10, 2010

EMOCIONES BOBAS



Sí, verdaderamente, un escritor que no tiene nada que decir.
(¿Qué es lo que se dice cuando no hay nada que decir?).

Oye el ruido del refrigerador. Se acuerda de lo que sucedió una vez, cuando lo impresionaron unas botellas blancas (¿eran botellas cubiertas por una lechada?).

Al ser las 4 de la tarde imaginó, sin saber por qué, la manera en que se dibujarían dos telarañas portátiles. 
¿Telarañas portátiles? ¿Qué significa eso?

Le vino a la mente un vaso a mil años luz. Pero ¿ se quiere ocurrencia más idiota?

Después, al llegar las 5 de la tarde, recordó a un mal poeta modernista, notario en un pueblo de campo, quien escribió unos versos donde a un río se le llamaba hermanita.

Le vino, entonces, la noche, y fue tan absurda la cosa que, en un casi desapercibido rincón de su atención, se le aparareció un avión piloteado por un cura. Pero ¿esto no es el colmo?

No, eso no era el colmo, también llegó una lucha de perros, mezclada hasta tal punto con el ruido del refrigerador, que llegó a parecerse al silencio. ¿Cómo se le pudo ocurrir eso?

Es que nunca se podrá saber lo que le ocurrió en un día como el de hoy, feo y estúpido.
Quizás pudo haber un pez, deslizándose por el patio. 

O quizás un aire “científico”, pero de cuarta clase, pudo estar ornando la cabeza de una estatua.

(Al fin –pero esto me sucedió a mí, no al escritor de quien estoy hablando-, pareció como que sabio podía decir: “La estatua de Mata Hari, la espía, tenía el mismo aire distinguido que aquellos dos grandes aviadores de mi infancia, Barberán y Collar”. 

Pero, la última razón que pueda explicar todo esto que estoy diciendo, se formula así: el hecho de que nadie se amarró al mástil, sólo fue debido a que nadie creyó en la existencia de las sirenas. Tan sencillo como esto. 

L.G.V.

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