No es tanto el calor, como que los colores se revuelvan tanto con lo amarillo. Se están quemando, estos colores, incendiados adentro y afuera. Sarampión de colores. Pienso que sería bueno que el edificio que está delante de mi casa no fuera de ese color. Todo se está abrazando.
Todo, últimamente, tomando la forma de una descomposición.
¿Qué compromiso es este? ¿Cómo se pacta con colores, y con tiritas, y con el recuerdo de una araña? ¿Y por qué me preocupa, a estas alturas, un posible compromiso?
Cita mal citada: “Por lo pronto, estos tres puntos suspensivos no nos llevan a ningún lado. Pero la Otaka se quema, y las paredes suenan una pinturita por dentro. Rompe cáscara calor picado por un mosquito.”
No hay pistas. Ni señas. Esto es cada vez más como la vida que se aquieta y que se va dejando de vivir. Yo lo veo sentado en un sofá, yo lo veo tratando de no mirar por la ventana, yo lo veo dedicado a sudar la gota gorda, escurriéndose entre lo azul carmelitoso de un año que yo no sé, en un país amueblado por fantasmas.
No, no, carajo, nada de miguitas. Los pájaros se las comieron. Los pájaros, llenos de miguitas, esperando a los niños del otro lado del horno. ¡Uf!, tanto calor y un horno encendido.
Es la hora del picoteo.
Y ahora yo le picoteo las historias. Y se las saco del bolsillo, y hasta se las pinto de otro color. No me gustan, ni el negro, ni el crema. Quizás si las historias fueran amarillas y azules, o naranja con lila, la cosa fuera distinta. Pero, ¿quién quiere que la cosas sean distintas?
Yo sí quisiera (creo que lo quiero con todo el corazón) que alguna canción saltara. Que alguna canción, aunque fuera muy pequeña, se le subiera a la cabeza y bailara un rato. Nada como sentir en la coronilla las delicadas patitas de una canción. Es que, puede ser, que allí se esconda la geometría de la tarde.
Razones no hay. Razones faltan. Y es por eso que habría que seguir escribiendo. Aunque el calor derrita hasta el sueño de un vampiro, y la tarde ya no quepa en tu bolsillo, y los ojos se llenen de telas de arañas, y los niños sigan cayendo en sus respectivos hornos, y la vida sea, cada vez más, como un desfile de tiritas.
Margarita Pintado
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