TIRITAS
Cuando en la niñez me agarró el sarampión, el Médico me dijo, al llegar por la tarde: “Hago constar que tiritas, más tiritas. Hago constar que los pedacitos de colores, derramados por el suelo”.
Aunque, ahora, me veo obligado a rectificar aquello: el Médico no pudo sólo hablar de tiritas de colores, ya que en ese momento del sarampión, siempre estuvo la Araña, intentando inventarme. Pero ¿podré entender esto?
Pero, ¡qué raro. Raro. Es que hay en los patios, bolsas de hierbas secas que también fueron, antes, retacitos de colores. Pero ¿cómo puede ser eso?
Acercándose, ¿quién?, al primer colegio que fui, al colegio de la Señora Anita, quien también era una araña.
Mis tías, mi tía Marardina, mis abuelas, tejieron collages de tiritas.
Pero ¿de verdad, mi madre era una Araña?
En el Central Australia, en 1934. En plena noche, el pitazo de una locomotora era el montoncito de retazos de colores. Y entonces un tío viejo, después de tomarse una taza de café, con los retacitos que tejió la Araña, encendió su tabaco.
Pero eso sí, lo que sé ahora, lo sé porque estoy viejo.
Cuando se es viejo se sabe, como lo sé ahora, que al llegar a la casa de la calle Neptuno, en una Habana de otro pedazo del 1934, la Araña retrocedió, con sus retacitos de colores, hasta llegar al mismo borde del Malecón, frente al mar.
Entonces, el pedazo de trapo morado, o el pedazo de un trapo lila, siguen siendo el disfraz de una paranoia indescifrable.
¿Pero cómo, hasta hoy, no he sabido que las cosas fueron así?
Lorenzo García Vega
Monday, June 14, 2010
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