- La presencia de la Muerte, deteniendo este día caluroso de verano.
Joaquín Galguera, práctico de farmacia en la botica de mi padre, en Jagüey Grande, aparece con el bastón que usaba en 1934.
Hoy tan pueril, mi horizonte, como la marca de tabaco que contiene la figura de Drácula.
Me explico: una chancleta rosada, desplegada sobre un fondo negro, no es otra cosa que el estrepitoso ruido de la puerta del taxi, cerrada con violencia.
Pues la historia que, dentro del bolsillo del pantalón, dibujaban dos de mis dedos, eran grandes bolsas de color crema, con fondo negro. Esa historia, como si respondiera a una necesidad absoluta, ya contenía, para siempre, toda mi vida.
Soñaba con un vampiro que, extendiéndose y extendiéndose, se convertía en un pequeño, inexplicable, “desliz carmelita”. Pero, esto precisamente no era un destino, sino una cabeza negra, preciosamente dibujada.
Y es que, sin duda, todo mundo estaría alucinado, si se lograra descubrir la geometría de la tarde.
Pero, eso sí, no me acuerdo de ninguna canción. Ni tengo la fórmula para acordarme de ninguna canción.
Verdaderamente, si se mira bien, no hay ninguna razón para que yo siga escribiendo.
¿O es que hay alguna razón?
Lorenzo García Vega
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