-Rank, el maestro de Jagüey, que murió siendo mi vecino.
Después de muerto, cúantas veces me ha parecido verlo lejos -o he inventado que lo veo lejos-, en mis paseos.
En este domingo de hoy, le invento un laberinto. ¿Qué laberinto?
-Sólo unas líneas, para meter a un personaje dentro de un ataúd que cupiese dentro de un mini-cuento.
Un personaje amarillo se oscurece, debido a la luz. Esto sería el argumento.
-La Luna de anoche fue la misma que iluminó aquella...
Apunto esto, pero no sé, no recuerdo, qué lugar fue el que, una vez, iluminó la Luna de anoche, y, por supuesto, tampoco puedo recordar en que tiempo, la Luna pudo iluminar ese lugar que no recuerdo. -La tarde: quisiera quedarme con una bola sobre un cuadrado. ¿Nada más? Nada más y, sin embargo, desde ahí pudiera rienventarme. ¿Pero estoy hablando por hablar? No.
¿Una bola sobre un cuadrado, para así reinventarme? Sí.
En 1934, en La Habana, había unos mosaicos en el comedor del Hotel Bristol. La luz del sol, cuatro de la tarde, que entraba por la ventana. Pero ¿cómo se puede, con palabras, expresar la destilación de aquella luz en el comedor del Hotel, hasta poder transformarse en una bola sobre un cuadrado y, con ello, reinventarme?
Lorenzo García Vega
Cuantos tesoros tiene usted, denttro.
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