Hoy, día feo, está lloviendo mucho. Me gustaría poder escribir el minicuento más bobo del mundo. ¿Por qué tengo ese capricho?
- ¿Cree usted en sí mismo? – le preguntó el farmaeútico al anciano, en el momento de entregarle el cartuchito con las medicinas.
- Sí, tengo fe en mí mismo- contestó el anciano, al coger el cartuchito.
No se volvió a saber de esta escena. Se la tragó el hueco negro.
En el día de hoy, el día muy lluvioso, pienso en un espejo, y en la locura.
Pero, sobre todo, no dejo de pensar en ese viejo loco que yo tengo internado en un Home (el personaje es el viejo con el que haría una novela, si yo estuviese en disposición de hacer una novela).
Y, no sé por qué, el viejo inventado por mí, mira a un personaje de su infancia, que camina al borde de la acera con los brazos extendidos, y que quizás está llorando.
Kaleidoscopio bajo el agua y, con qué color aceptarme a mí mismo? ¿Con el amarillo? ¿Cómo explicarme las experiencias que, cuando me sometí a los bypasses, tuve con el amarillo?
¿Con el amarillo se puede entrever la muerte?
El vestido desaparecido de una tía difunta, colgando sobre una lámina que estoy seguro que la cubrió la tierra. Tostadora, canción con tono de muñeca. Un esqueleto parecido a una tabla de planchar: ¿hay planchas eléctricas sobre ese esqueleto?
Y el mono sincero, el que escaparía con una sonrisa azul, si es que esas cosas existieran.
Lorenzo García Vega
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